Foto: A. Rojo Vivot Tapa revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 26 de enero de 1924

“¿Acaso no da todo doble sentido ocasión a un desplazamiento, a una desviación del proceso mental desde un sentido a otro diferente? Y entonces, ¿cómo hacer del ʻdoble sentidoʼ y del ʻdesplazamientoʼ los representantes de dos técnicas del chiste completamente diferentes? Desde luego, subsiste la consignada relación entre el doble sentido y desplazamiento, pero es en absoluto independiente de nuestra diferenciación de las técnicas del chiste”. [2]

Sigmund Freud (1856-1939)

Aún en el siglo XXI hay quienes sostienen que el humor es una cualidad y actividad humana de relativo poco valor, que está más próxima al ocio, falta de capacidad de justipreciar adecuadamente la realidad, etcétera; inclusive, a veces, se le atribuye irresponsabilidad o falta de respeto.

Con sólo indagar un poco queda en claro que el humor es una clara manifestación de la inteligencia y, desde luego, una técnica, que se la puede desarrollar capacitándose en tal sentido.

Al observar la nutrida y muy diversa nómina de extraordinarios cultores del humor, inclusive los que además se destacaron en otras actividades muy disímiles nos permite, básicamente, comprender que estamos ante un fenómeno de gran relevancia.

El prolífero periodista, escritor y político argentino Roberto Jorge Payró (1867-1928), que describió muy vivamente a Patagonia, [3] marcó con particular humor el desinterés del Gobierno nacional por las condiciones de vida de los pobladores que vivían en la región austral del país, quizá porqué electoralmente resultaban poco gravitantes como, por ejemplo, las nefastas consecuencias de las políticas públicas destinadas a la asimilación compulsiva de los pueblos originarios, despojados de sus tierras, creencias, cultura, etcétera. También fue un buen ejemplo de un intelectual dedicado intensamente a la política, una rara avis.

De manera muy particular, en este contexto, destacamos sus dos series de relatos breves: “Pago Chico (1908) “Nuevos cuentos de Pago Chico” (1920), en los cuales, con ironía, se ocupa de la ineficiencia, en general, de quienes trabajan en el Estado, la corrupción y la política.

“Como entonces no existían ni en embrión las autonomías comunales, el gobierno de la provincia nombraba miembros de la municipalidad, comandantes militares, jueces de paz y comisarios de policía, encargados de suministrarle los legisladores a su imagen y semejanza que habían de mantenerlo en el poder.

La vida política de Pago Chico sólo se manifestó, pues, durante muchos años, por la ciega obediencia al gobierno, del que era uno de los inconmovibles bourgs pocuris, baluarte en que se estrellaba todo conato de oposición. Los ʻpartidosʼ incondicionalmente oficiales, eran el gran cimiento de la situación, y entre ellos Pago Chico aparecía como una de las herramientas más dóciles y eficaces. Recibía en cambio algunos subsidios para el sostenimiento de sus autoridades, y de vez en cuando gruesas sumas destinadas a obras públicas y de fomento, que las mismas autoridades se repartían en Santa Paz, cubriendo las apariencias con algún conato de construcción, verbigracia, la del puente sobre el río Chico, que aún está en veremos, el ensanche de la iglesia, siempre en las mismas, la terminación de la Municipalidad, o la mejora de los caminos, las acequias o los mataderos…”. [4]

Cualquier similitud con el siglo XXI no es casualidad.