20 de diciembre de 2016
Un cartel. La búsqueda de identidad y un pedido de reconocimiento

Vecinos construyeron un cartel para que se identifique el pequeño paraje donde viven. Es un principio de la búsqueda de identidad y al mismo tiempo un pedido para ser reconocidos como pueblos. Por el frente de sus casas pasa un gasoducto y el interconectado nacional, pero ellos no tienen agua, el gas que compran es envasado y la energía llega de un yacimiento petrolero.
Una decena de habitantes se juntó, ideó y construyó un cartel que identifica el lugar donde viven. Pero en realidad es mucho mas.
Hasta ahora el paraje solo es identificado con un cartel vial o el que nombra a un hotel.
Juntaron caños, lo necesario para hacer las soldaduras y la pintura, y se pusieron a trabajar.
Color naranja, para que se vea de lejos y resalte entre el amarillo coirón de la estepa patagónica.
Ahí está. En una loma, cerca del cruce de las rutas 5 y 40. No es muy grande pero cumple su función y se lo ve desde la ruta. Las letras forman el nombre del paraje “La Esperanza”.
“Salió de una reunión común y corriente entre vecinos, tomando mates una tarde.
Hablábamos de qué poder hacer para cambiar el lugar, y surgió la idea que podíamos hacer un cartel y dejar de hacer anónimos, porque si usted no ve el cartel de vialidad o del hotel, no hay nada que le indique dónde está”, comentó al programa de radio Turno Mañana Cipriano Escalante.
La Esperanza es un paraje que no alcanza ni siquiera a ser Comisión de Fomento, la menor expresión institucional para un pueblo. Es el punto de encuentro de las rutas que unen a Río Gallegos, Río Turbio y 28 de Noviembre, y El Calafate. Su estación de servicios y un tradicional hotel son paso obligado.
Del otro lado de la ruta hay una subcomisaría, un puesto sanitario, un juzgado de paz, algún boliche y un pequeño caserío habitado por gente, que como el entrerriano Cipriano Escalante, llegó por cuestiones laborales.
La Esperanza no tiene fecha de aniversario porque en ningún documento se instauró su fundación o creación.
La historia de la zona cuenta que cerca de allí, en 1882, llegó el escoces William Ness quien instaló un pequeño parador con hotel y caballeriza.
En 1917 Ness dejó la zona y el hotel fue comprado por Hubert Bull.
Al lugar se lo empezó a conocer como “El pueblo Ness”, después como “Esperanza Ness”, para con el paso de los años quedar solo como “La Esperanza”.
Que un grupo de vecinos trabaje hoy y coloque un cartel que identifique su lugar, no es casual ni solo una cuestión de marketing turístico. Parece ser un “acá estamos”, “esto somos”, casi un reclamo en voz alta para ser reconocidos. También una idea de forjar su propia identidad.
Por el lugar de unos 50 habitantes fijos, todos los días pasan residentes de las localidades vecinas, turistas, vehículos de importantes empresas y funcionarios políticos. Por allí también pasan un gasoducto y el tendido del interconectado nacional de energía. Pero paradoja: La Esperanza no tiene servicio de agua por lo que hay que sacarla de pozos que debe perforar cada vecino. Tampoco hay red de gas y para calefaccionar hay que comprar gas envasado y leña (en invierno puede haber 20 grados bajo cero). Y la energía eléctrica llega por un servicio de la empresa estatal Servicios Públicos Sociedad del Estado que mantiene un acuerdo comercial con una petrolera que explota el yacimiento María Inés ubicado a mas de 12 kilómetros.
“El político va a la estación de servicios y al hotel, no cruza al otro lado de la ruta donde estamos nosotros. La Esperanza para el gobernante y no gobernante es solo la estación de servicios y el hotel”, dice Escalante para interpretar y al mismo tiempo intentar explicar cómo el paraje no tiene gas cuando el gasoducto para el resto de las localidades pasa por la puerta de su casa y tampoco tiene energía eléctrica propia teniendo a una estación transformadora del interconectado nacional a pocos metros.
Seguinos