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OPINIÓN

17 de enero de 2016

Apuntes Ciudadanos: Humor, Política y Afines VIII

Alejandro Rojo Vivot en esta oportunidad nos acerca un texto que tiene más de 2000 años, pero con toda la actualidad de este siglo XXI

Foto: A. Rojo Vivot Tapa Revista Caras y Caretas (Revista que se publicó en entre 1898 y 1941). 6 de junio de 1903 

 

“El chiste tendencioso dispone de fuentes de placer distintas de las del chiste inocente, en el cual el placer depende, en diversas formas, de la técnica”. [1]

 

Sigmund Freud (1856-1939)

 

Marco Tulio Cicerón (107 a.C.- 43 a.C.) dedica numerosas páginas de su tratado sobre la oratoria, explayándose ampliamente sobre el empleo del humor cuando se habla en público. En su época era una práctica frecuente aunque había quienes se oponían a la misma; también se discutía si al humor se lo puede enseñar y cuáles eran los límites aceptables en cuanto a hacer humoradas en sus diferentes variantes. Los políticos estaban muy atentos a estas cuestiones. A pesar que han pasado dos milenios, todo es de suma actualidad en el siglo XXI.

“A veces son de buen efecto los gracejos, chistes y sales; pero aunque todo lo demás sea materia de arte, esto es propio de la naturaleza y no puede enseñarse. Tú, César, que a mi parecer aventajas a todos en esto, podrías decirnos si es verdad que hay arte para el chiste, y, caso de que le hubiere, tú sólo podrás enseñarlo.

-ʻYo, contestó César, nada tengo por más insulso que oír disputar de los chistes y del arte de decirlos. Cuando vi algunos libros griegos titulados Del ridículo, tuve esperanza de sacar algún provecho de ellos. Hallé, ciertamente, muchas agudezas y sales de los griegos, porque en este género sobresalen los sículos, los rodios, los bizantinos, y sobre todo los atenienses; pero los que han querido dar al arte y preceptos para el chiste han sido insulsos que no han hecho reír más que su propia simpleza. Yo creo que esto no puede sujetarse a regla.

Dos géneros hay de facecias; [2] uno que anima todo el discurso, y el otro que se reduce a sentencias agudas y breves. Al primero llaman los antiguos ironía; al segundo dicacidad. [3] Ligeros parecen estos nombres, pero también es cosa leve el hacer reír. A pesar de eso, bien dices Antonio, que en muchas causas están bien los donaires y agudezas. Pero en cuanto a la gracia esparcida por todo el discurso, no se puede enseñarle el arte. La naturaleza es la que crea a los chistosos narradores, en quienes todo ayuda, el semblante, la voz, el modo mismo de hablar. ¿Y qué arte cabe en la dicacidad, siendo así que los dichos agudos pasan, hieren, antes que se pueda pensar en ellos? ¿De qué le pudo servir el arte a mi hermano, cuando preguntado por qué ladraba, respondió que porque veía a un ladrón? (…) Apenas se hallará ningún orador más excelente que él en ambos géneros de chistes, en el que se derrama por todo el discurso, y en el que consiste en prontitudes y agudezas. Toda su defensa de Curio contra Escévola rebosó de hilaridad y gracia, pero no tuvo breves chistes. Respetaba la dignidad de su adversario, conservando así la suya propia; y eso que es más difícil en hombres decidores y graciosos distinguir de personas y tiempos cuando se les ocurre algún donaire. Por eso algunos decidores interpretan no sin gracia este pasaje de Ennio: ʻMás fácil le es al sabio apagar una llama dentro de su boca que retener un buen dicho٫ y hacen así un juego de palabras”. [4]

 

[1] Freud, Sigmund. El chiste y su relación con lo inconsciente. Biblioteca Nueva. Tercera edición. Página 1085. Madrid, España. 1973.

[2] Término desusado que refiere a un chiste o un relato gracioso.

[3] Mordacidad, agudeza graciosa; también es un término poco empleado en el siglo XXI.

[4] Cicerón, Marco Tulio. Diálogos del orador. EMECÉ. Páginas 154 y 155. Buenos Aires, Argentina. 9 de octubre de 1943.

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