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OPINIÓN

27 de marzo de 2016

Apuntes Ciudadanos: El Hombre que Rie

Alejandro Rojo Vivot nos hace reflexionar en la importancia del humor y las manifestaciones que eso puede generar en cada uno de nosotros. HUMOR, POLÍTICA y AFINES XVIII.

Foto: A. Rojo Vivot Tapa revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 3 de diciembre de 1904

 

“La ocurrencia es fácil e ingeniosa, aunque ignoro si estaría justificada. Más el chiste no suele preocuparse mucho de tales justificaciones”. [1]

 

Sigmund Freud (1856-1939)

 

El humor es una de las manifestaciones de la inteligencia humana más insondable, de allí que son múltiples las fundadas explicaciones que, desde muy diversas disciplinas, procuran su explicación. Bien sabemos, por ejemplo, que es necesaria la plasticidad intelectual para interactuar en un proceso humorístico; los que han generado una estructura de pensamiento rígida poseen grandes dificultades para el disfrute en este sentido, más allá que pueden ser exitosos en otras actividades.

El desarrollo del respeto a los derechos humanos y a la democracia como forma de gobierno recorrió intrincados y tortuosos caminos, aun en el siglo XXI.

Con frecuencia la literatura de ficción ha contribuido notablemente a generalizar situaciones de ignominia afrenta a la condición humana, sobre todo de los individuos más vulnerables.

En una de sus principales novelas: El hombre que ríe (1869), Víctor Marie Hugo (1802-1885) entrelaza sus opiniones sobre el humor, la degradación de la monarquía incluyendo al Parlamento dominado por los lores que votaban corporativamente a la manera de las mayoría automáticas de los XX y XXI, la aberrante pobreza de gran parte de la población y, muy particularmente, la explotación de niños; el personaje central, noble por nacimiento, fue vendido por venganza política y comprado por un traficante especializado que le desfiguró hábilmente el rostro logrando una risa permanente para así explotarlo exponiéndolo lucrativamente en las muy concurridas ferias y circos, con muchos aficionados a divertirse y burlarse de los más dispares individuos considerados anormales. Allí se confundían las clases sociales que nada más tenían en común. Los opresores y los oprimidos, por un tiempo, reían de lo externo sosteniendo que era mandato de la Providencia reforzado por la prédica de la resignación como virtud cristiana, aunque un abismo los separaba.

“La risa nace de lo inesperado. (…) Hacer reír es hacer olvidar, y es un bienhechor el que en el mundo puede distribuir el olvido. (…)

Un niño derecho no causa risa, pero un jorobado sí. (…) Esta ciencia formaba seres cuya ley de existencia era monstruosamente sencilla; les daba permiso para padecer, y les ordenaba divertir a los demás. (…)

Tengo un compañero que hace reír; yo hago pensar. Habitamos en el mismo domicilio, porque la risa es de tan buena familia como el saber. Cuando le interrogaban a Demócrito: ¿Qué sabéis? Él respondía: se reír. (…)

Como había gentes que tenían motivo para hallar el mundo miserable, Dios quiso probarles que sabía crear seres dichosos, y crio a los lores para desmentir a los filósofos; esta creación corrige la anterior. (…) Vengo a advertíroslo y a denuncia vuestra dicha, que se compone de la desgracia de los demás. Os apoderáis de todo, y vuestro todo está compuesto de la nada de los otros. (…) ¡Temed a las leyes que promulgáis! ¡Temed al hormiguero que estáis aplastando! Bajad la vista y mirad a vuestros pies. Existen miserables (…) las multitudes agonizan, y muriendo lo de abajo hace morir a lo de arriba”. [2]

Hacia el final del dramático y extenso texto se observa notoriamente la claridad de la incipiente alba matutina, irrefrenable; es la democracia que avanza inexorablemente.

 

[1] Freud, Sigmund. El chiste y su relación con el inconsciente. Biblioteca Nueva. Tercera edición. Página 1037. Madrid, España. 1973.

[2] Hugo, Víctor. El hombre que ríe. Editorial Ramón Sopena. Páginas 21, 22, 145, 149, 150, 157, 266 y 268. Buenos Aires, Argentina. 1947. 

 

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